David Fincher intenta un gol desde el centro de la cancha y lo hace utilizando la novela que publicara hace un par de años Gillian Flynn, en la que un matrimonio que celebra su quinto aniversario queda expuesto en carne viva cuando ella, Amy, desaparece y él, Nick, termina siendo el principal sospechoso. Gone girl fue bestseller del New York Times y la misma Flynn es quien escribe una adaptación que le agrega un desenlace adicional que en la novela no está. Y quizás ese sea el elemento que destruye todo intento de hacer un thriller impecable.
Gone girl es una película sobre el horror del otro, sobre la dualidad víctima-victimario, sobre la violencia en cada hogar -física, verbal, mental-. Es sobre la brutalidad y el absurdo de los medios -una obviedad, desde luego- y sobre la construcción de la verdad. Pero al estar repleta de tantas incongruencias, estas cosas no importan. Sus grandes temas quedan reducidos a nada y hay muy poco que se pueda hacer. Gone girl pasa cuando te has llevado a todo el mediocampo, la defensa y al arquero y al patear el balón, lo mandas a la tribuna. Celebras la jugada, pero no hay gol.
Nick Dunne se levanta la mañana del 5 de julio, sale a pensar a la playa y al regresar no encuentra a Amy en casa. La mesa de centro está destruida, los vidrios se han vuelto pedazos de arena y hay una mancha de sangre en la cocina que él no descubre sino los agentes del policía que él ha llamado porque todo le parece sospechoso. Sí, es sospechoso y lo que más extraño resulta es la poca expresividad o ausencia de desesperación en las acciones de Nick. A los ojos de todo el país -Amy es la base de un personaje de literatura infantil muy querido, creado por sus padres-, Nick será visto como el asesino de una mujer fabulosa e impecable. Para muchos, ella no ha sido secuestrada, la han matado y no encuentran todavía el cadáver. Nick sostiene su inocencia y debe defenderse a toda costa, especialmente cuando las cosas empiezan a abrirse ante sus ojos y nos damos cuenta de que ese matrimonio no es más que grietas y grietas y detrás de una de ellas está la respuesta de este ¿misterio?
David Fincher sabe cómo armar una escena perfecta. Tiene un sentido de ritmo que muchos quisieran tener al hacer sus películas. Puede construir un relato de atrás hacia adelante, mezcla de hechos reales y ficticios y ayudarte a entender cuál es la dinámica del relato. E incluso nos regala ambigüedades que sirven para cuestionar la idea de quién es el villano y por qué. En el fondo Gone girl es una película sobre decisiones y engaños. Y sobre la crueldad que un ser vivo puede ejercer sobre otro. Y durante dos horas tenemos un relato casi perfecto sobre lo que la venganza puede generar y lo que se supone puede ser el control.
Pero -aquí viene el gran pero- Fincher no logra sostener el relato en la última media hora cuando una serie de absurdos suceden, uno detrás de otro, y no hay manera de, como espectador, tragarse la píldora completa. Sí, es un final abierto y quizás un final abierto le hace justicia a una historia así, pero ¿qué es un final abierto? ¿Es dejar las llagas en el aire para salir de la sala y sentirnos engañados? Fincher recurre a las mismas estrategias de sus protagonistas y los relatos inconsistentes para dejarnos un filme que justificamos y excusamos porque “sí”. En Gone girl muchas cosas pasan porque sí y eso es una puñalada en un relato que pintaba para perfecto, pero que se estrella porque las pistas de un crimen dejan de importar y se vuelven accesorias. Lo que es una pelea en iguales/desiguales condiciones decanta en una idea de complicidad que resulta atractiva en papel, pero una complicidad en una película en la que hay misterio, suspenso y muerte debe ser de aquellas en la que quien ve el filme acepte y sea parte de la decisión. Amy y Nick están presos de algo que de ser cercano a quienes vemos la película deja de ser próximo, de golpe.
Porque Fincher rompe su propio juego y lo que es un secuestro/crimen perfecto deja ver sus costuras y ya no hay nada que podamos hacer. Quedamos más rotos que la mesa de centro de la casa del matrimonio Dunne.
Toda la precisión del montaje, de la música -ya se está convirtiendo en algo obvio lo que hacen Reznor y Ross en mancuerna-, y de ciertos movimientos de cámara desaparece. Hay villanos y villanos, criminales y sospechosos, víctimas y oportunistas… Con esta película, Fincher se gradúa un poco de todo esto, solo porque empieza creando el crimen perfecto, nos lo muestra así, y cuando todo flaquea, cuando las declaraciones se entrecruzan, cuando pasan cosas en la pantalla que hasta un niño de cinco años puede considerar ridículas, nos dice que no importa, que la investigación ha concluido, que todo esto es solo una historia alrededor del terror del la convivencia.
Y puede ser que tenga razón. Pero el horror, casi siempre, está en el contexto. Y al borrar todo el entramado policial de un solo golpe, como si no hubiera existido, Fincher deshace la película y nos escupe otra cosa para que comamos. La violencia de un director que quiere removernos por removernos.
Gone girl
Dir: David Fincher
Guión: Gillian Flynn (basado en su propia novela)
Elenco: Ben Affleck, Rosemund Pike, Tyler Perry, Neil Patrick Harris, Carrie Coon, Kim Dickens
Regency Enterprises, Pacific Standard, 20th Century Fox
2014